A veces la codicia se convierte en la meta de muchas personas.
Y es que las hace fuertes ante el dolor, inmunes ante todo aquello que se mueva pero lo que más importa es lo miserable que se convierten tras perseguir esta meta.
El deseo, ese sueño de rodearse de joyas, dinero, mansiones sin importar el daño que puedan hacer para conseguir todo esto.
El que arrastra consigo grandes riquezas gracias a que ha destruido hogares, familias y personas. Debería de arrastrar sobre su conciencia una gran pena, tal que sobre un peso de su vida perdería validez el dinero y no le quedaría nada salvo el suicidio o el vivir muerto esperando a que el tiempo y los demás le pongan en su lugar.
El infierno es la única salida que pueden esperar al final de sus vidas, la soledad les cubrirá, y un rostro de pena les hundirá.
Pues es increíble que todo empiece desde que nacemos pero así es, alguien sea quien sea nos enseña ciertos valores pero realmente los valores dependen de cada persona y desgraciadamente no todos tenemos los mismos. El valorar más el dinero que a las personas, valorar más un animal que a un pobre hambriento, valorar más una flor que una hormiga.
Y es que todo depende de cómo miremos las cosas ,y gran parte del ambiente en el que nos hemos visto en nuestra niñez.
Pocos tienen la suerte de probar el delicioso placer de abrazar a un amigo una persona, el placer de compartir con un animal momentos únicos, el sentirte satisfecha por haber tenido la oportunidad de haber ayudado a un pobre hambriento, el orgullo de poder decir que ya has cumplido en esta vida y con ese hombre, la alegría que supone ver crecer a una flor tan maravillosa y lo fuerte que te sientes al defender a una hormiga de los tuyos.
A un hombre se le mide por sus valores, no por sus riquezas ya que este ultimo valor tiene poco que hacer ante los demás.